DÓNDE BASAMOS NUESTRAS ESPERANZAS PARA LA VIDA ETERNA?

Hoy tocaré el tema de las personas que piensan que pueden alcanzar la justicia de Dios por méritos propios. Me basaré en una parábola contada por Jesús, relatada por el apóstol Lucas.
Jesús cuenta la parábola a unos que tienen mucha confianza en sí mismos, se estiman muy rectos y consideran a otros inferiores - Parábola del fariseo y el recaudador de impuestos:
"A algunos que, confiando en sí mismos, se creían justos y que despreciaban a los demás, Jesús les contó esta parábola:

“Dos hombres subieron al templo a orar; uno era fariseo, y el otro, recaudador de impuestos. El fariseo se puso a orar consigo mismo: “Oh Dios, te doy gracias porque no soy como otros hombres —ladrones, malhechores, adúlteros— ni mucho menos como ese recaudador de impuestos. Ayuno dos veces a la semana y doy la décima parte de todo lo que recibo.”

En cambio, el recaudador de impuestos, que se había quedado a cierta distancia, ni siquiera se atrevía a alzar la vista al cielo, sino que se golpeaba el pecho y decía: “¡Oh Dios, ten compasión de mí, que soy pecador!”

“Les digo que éste, y no aquél, volvió a su casa justificado ante Dios. Pues todo el que a sí mismo se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido.” Lucas 18:9-14

El fariseo, pertenecía a una secta religiosa que interpretaba la ley. Respetados por sus conocimientos, considerados los más ortodoxos en la interpretación de la ley; celosos de guardar y hacer guardar la ley. Su reputación era muy apreciada hasta antes de la aparición de Jesús, quien los exhibió públicamente por su hipocresía. (Mateo 23:3). Perseguidores de nuestro Señor Jesús, jueces y parte en lo que respecta a la ley. Jesús en una ocasión les llamó sepulcros blanqueados, haciendo referencia a su aspecto exterior (supuestamente blanco) y el interior lleno de intolerancia.

El recaudador de impuestos era un hombre totalmente opuesto al fariseo. Se le acusaba de traicionar al pueblo judío por recaudar impuestos para entregarlos a Roma, se encontraba en el último lugar de popularidad y, junto con los gentiles, eran de las personas más repudiadas.

Jesús nos muestra a dos hombres totalmente opuestos en costumbres, en prestigio, en profesión y al final de cuentas contrapuestos. Hoy sabemos cómo termina esta parábola, pero cuando Jesús la relató, nadie se imaginó el desenlace que tendría, y que los dejó perplejos.

Imagínese que en lugar del fariseo mencionemos a un eminente profesor del seminario y en lugar del recaudador de impuestos mencionemos a un narcotraficante. El impacto sería muy fuerte, similar al que tuvo lugar en la mente de los que escuchaban a Jesús.

Lo importante es ver la actitud de cada hombre dirigiéndose a Dios en oración. Y es en el contenido de la oración de ellos donde Jesús nos muestra su propósito al presentarnos esta parábola.

El fariseo se sentía orgulloso de lo que hacía y lo que no hacía, alababa su propio poder para obedecer lo que Dios exige. Al mirar las faltas de los demás, su confianza en sí mismo iba creciendo más y más. Si revisamos el versículo, vemos cómo empieza esta serie de autoalabanzas: Te doy gracias…El estaba agradecido con Dios…pero por su justicia personal. Estaba diciendo: “Qué bueno que no soy igual a esta gente; yo soy diferente, pues yo sí cumplo”. No mencionó que gracias al poder de Dios, podía vencer la tentación; él sólo tenía ojos para admirar sus propias obras de justicia. La oración del fariseo nos revela el peligro de vivir aparentemente de manera correcta, pero vacío de Dios, sin la gracia y la misericordia de Dios para obedecerle, lo cual conduce al orgullo propio y el sentirse superior a los demás.

Por otro lado el recaudador de impuestos, estando lejos, ni siquiera alzó sus ojos al cielo, sino que decía: “¡Oh Dios, ten compasión de mí, que soy pecador!”. A diferencia del fariseo este hombre se mantenía lejos del altar, pues tal vez así entendía que estaba en su relación con Dios. El estaba tan consciente de su condición de pecador que estaba lejos y con la cabeza baja en señal de su convicción de estar a merced del castigo de Dios. “Ten compasión de mí”. Sus palabras reflejan su corazón: lo único que se atrevía a decirle a Dios era una súplica de misericordia. Aunque seguramente había hecho cosas buenas, para él, no era el momento para repasar sus éxitos morales, no menciona nada en su favor, no confía en nada que él mismo pudiera hacer; solo se refugia en la misericordia de Dios.

LA ADVERTENCIA DE JESÚS: “… 

Pues todo el que a sí mismo se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido.”

Confiar en nuestra propia justicia, es tomado por Dios como un acto de exaltación personal a costa de la gloria de Dios en la obra de salvación. Al jactarnos de nuestras buenas obras estamos despreciando la OBRA de Cristo en la cruz por nosotros. Estamos declarando que somos nuestros propios salvadores y que no necesitamos de Cristo.

Quizás comenzamos a creernos muy justos, pues al observar la sociedad que nos rodea vemos inmoralidad, avaricia, libertinaje, homosexualidad, etc. de esos pecados que llamamos escandalosos. Y como no nos sentimos culpables de esos pecados, nos sentirnos bastante “buenos”. Ese fue el error del fariseo: creerse justo por sus obras, ejemplo clásico del orgullo religioso y de la autocomplacencia.

Por el contrario, el recaudador de impuestos estaba claro de su condición de pecador. No sólo le pedía perdón por ciertos pecados, sino que imploraba misericordia por SER pecador.

“¡Oh Dios, ten compasión de mí, que soy pecador!”. No le preocupaba medirse con nadie, sino el no estar a la altura de un Dios santo, recto y justo. Y al darse cuenta que se encontraba solo con su pecado delante de Dios, suplicó por misericordia.

EL FINAL INESPERADO Y LA LECCIÓN QUE ENSEÑA JESÚS:

El hombre que se acercó a Dios para recordarle sus buenas obras fue rechazado por haber pensado que es posible comprarle Su favor. Abiertamente hizo a un lado la gracia de Dios.

El hombre que se acercó a confesarle a Dios su incapacidad para agradarlo y para pedir su misericordia fue justificado precisamente por ello; por haber confiado únicamente en la gracia y misericordia de Dios.

Conducirnos como este fariseo refleja una conducta basada en una confianza desprovista de la gracia y la justicia de Dios y en su lugar se encuentra el esfuerzo y el mérito personal.

Entonces resaltan las preguntas...¿Dónde basamos nuestras esperanzas para la vida eterna?..¿Basamos nuestra esperanza en lo que hacemos para Dios?...

Tengamos mucho cuidado, pues esta confianza se fundamenta en la creencia equivocada de que no merecemos ser castigados por creer:

- Que no hemos hecho tanto mal.
- Que Dios es tan bondadoso como para castigarnos.
- Que hemos hecho mucho bien al prójimo y podemos compensar nuestros pecados.

Quizás nuestro error consiste en la forma en que hemos definido al pecado. Generalmente lo describimos en sus formas más obvias, formas en las que no somos culpables: adulterio, fornicación, robo, secuestros, violaciones, narcotráfico, etc. Claro. Así es fácil no considerarse culpables. Pero nuestro problema no radica en esos pecados escandalosos, sino en los pecados comunes: aquellos que cometemos la "gente buena", sin perder los lugares o el buen nombre que tenemos en la iglesia o ante los ojos de los demás: juzgar - criticar - chisme -resentimiento - amargura - falta de perdón - impaciencia - irritabilidad - envidia - egocentrismo - lujuria - ambiciones egoístas -amor al poder, a los elogios - manipulación para nuestro propio fines y beneficio - indiferencia ante el bienestar temporal o eterno de los que me rodean - materialismo, etc...No tomemos ni el pecado escandaloso ni el común a la ligera.

Ojalá que su oración al levantarse sea: 
Dios, ten misericordia de mí que soy pecador.

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